Por Amílcar Adolfo Mendoza Luna
¡La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa!
Ardiente paciencia, Antonio Skármeta
No sé por qué extraños motivos, durante
esa cena con colegas profesores de la universidad, mi ánimo se encontraba
especialmente afectado con un amargor más fuerte que el café que dudaba entre
mis dedos fríos. Me pareció extraño el entusiasmo de mi colega, profesor de
Ética Forense, respecto a su próxima clase: convencer a sus alumnos que no
deben pasar “al lado oscuro de la fuerza”. Una frase simpática, “marketera”
como dirían los jóvenes de la generación de Wikipedia y tablets.
Lástima que esa noche me
encontraba particularmente escéptico. ¿Cómo hablar de ética en el Derecho a los
jóvenes de hoy cuando las grandes
utopías han muerto y han sido reemplazadas por la frase “salvese quién
pueda” abreviada (o tal vez mal escrita)
en menos de 200 caracteres en twitter?. ¿Cómo
invitar a los jóvenes a no integrarse a la maquinaria de la corrupción del país
(o de cualquier país) en medio de una crisis de valores, cuya salida no podemos
vislumbrar?.
Era una pregunta difícil de
responder, y me temo que demasiado cargada de pesimismo voltaireano. El sueño
huidizo me obligó a vagar entre los programas de espectáculo que forman la
rutina de millones de televidentes que buscan entretenimiento, como una forma
benevolente de llamar a la pérdida de tiempo ante a una pantalla infestada con
un vacuo agujero negro.
Tuve suerte, un canal de cable
emitía la ópera “Il Postino”, cantada por Plácido Domingo como Pablo Neruda.
Tentador y reparador. Tenía que verla. Y obtuve más de lo que preveía.
En honor a la verdad, la ópera le
debe menos a la novela “Ardiente Paciencia” de Antonio Skármeta que a la
célebre película “Il Postino” (1994) dirigida por Michael Radford, y
protagonizada por el inolvidable Massimo Troisi (como el cartero Mario Ruppolo)
y Philip Noiret (como Pablo Neruda).
La anécdota de la película y la
ópera son idénticas. Pablo Neruda, el poeta amado por las mujeres e infatigable
luchador social, es exiliado a una isla en la costa del sur italiano. Mario
Ruppolo es contratado como cartero para la celebridad que habita en la isla y
entabla una cálida amistad que permitirá a Mario conocer las metáforas y la
belleza de la poesía, con las cuales conquistará el corazón de la bella
Beatrice Russo. Una historia con final de cuento de hadas si olvidamos los
hechos que se desenvuelven alrededor de los personajes. Existe una gran
convulsión social en la Italia de mitad del siglo XX, los comunistas son apenas
aguantados por las autoridades y la élite local se encuentra envuelta en una
contienda electoral que es pletórica en ofrecimientos a los pobladores, como la
construcción del sistema de agua potable, que se dejará trunco una vez que las
elecciones sean ganadas.
Mario y Beatrice se convierten en
esposos, Pablo Neruda recibe una
comunicación desde Chile en la cual se le dice que puede regresar a su país.
Los amigos, Don Pablo y Mario, se despiden. Neruda después de un tiempo
recogerá sus cosas a través de una carta que enviará cuando el tiempo lo
permita.
Los acontecimientos luego de su
partida, cobran una espiral ominosa, aumenta la represión a quienes solicitan
sus derechos; los comunistas y sus simpatizantes, como Mario, son vistos como
sospechosos y el ambiente se vuelve turbio. Pasa un año y el cosmopolita Pablo
Neruda no envía siquiera una carta. Parece haber olvidado al pueblito italiano
que lo acogió. Dentro de esta ardiente espera de tiempos mejores, Beatrice
tiene una noticia que alegrará a Mario: ¡tendrán un hijo!.
Mario, eterno idealista, piensa
llamarlo Pablito en honor del amigo ausente. Cuando le reprochan su homenaje a
un amigo ingrato, él no duda en aclarar las cosas. Don Pablo siempre lo trató
como un igual, aunque no fuera un poeta y siempre estuviese acosándolo con sus
pequeñas cuitas. Don Pablo no podía ser ingrato, cuando no le debía nada y, por
el contrario, le dio tanto.
Luego de nacido Pablito, Mario es
invitado a declamar un poema en una reunión del sindicato. Trágicamente la
policía interviene y lo matan.
Años después Don Pablo se entera
de la infausta noticia de labios de su viuda y recibe las últimas composiciones
escritas por Mario, y una grabación con las maravillas de su pueblo natal: el
sonido de las campanas, del mar, de Pablito en el vientre de su mamá. Mario, es
un hombre bueno que volcó su corazón en el frágil recipiente de las palabras y
metáforas aladas. La calidez de su mensaje trasciende su muerte y la convierte
en poesía que por fin encuentra al amigo poeta, por un tiempo ausente.
La ópera, si es que alguien lo
espera así, no recoge esa famosa partitura que permitió acceder al oscar a la
película de 1994. No obstante, tiene méritos propios que pretendo de manera
breve mencionar aquí. La escenografía aprovechó bien los espacios, en ocasiones
hasta en tres niveles, permitiendo fluidez en las acciones y en la alternancia
de lugares. Sin duda, que lo mejor aprovechado ha sido la casa de Neruda, que
permitió una icónica visita de Mario sobre la bicicleta que tan profundamente
ha quedado grabada en el imaginario de la obra. Otra situación muy bien lograda ha sido el primer encuentro
entre la mesera Beatrice y Mario, su juego de fulbito de mesa no solo ha sido
un medio lúdico para expresar el primer acercamiento y su enamoramiento, sino
que la pelotita del juego se convirtió en un instrumento de seducción sutil
pero efectivo. Por último, la trágica escena de la muerte de Mario en la ópera
es desgarradora y llega a un nivel de dramatismo que el lirismo de la película
de 1994 no permitió.
Aunque parezca estar sobrando por
obviedad, son muchos los encomios que merecen los artistas que han llevado a
cabo la obra. Plácido Domingo compone un Pablo Neruda muy humano y cálido,
marcando distancias con el hierático Philip Noiret de la película. A su turno,
el personaje de Mario cayó en la notable voz de Charles Castronovo que con simpatía
logra por momentos, revivir al buen Massimo Troisi.
¿Por qué opinar sobre una obra
que trata sobre gente sencilla, con vidas sencillas, que enfrentan un ambiente
político y social hostil matizado por la presencia de un poeta que les recuerda
la belleza de las palabras? Tal vez, no parezca muy claro, hasta que recordamos
que los abogados vivimos de las palabras. No son las gélidas fórmulas de la
Norma Jurídica esclava del positivismo mezquinamente entendido como mera
repetición de un texto ciego a las necesidades de su tiempo. Nosotros los
abogados no somos cocineros que mecánicamente agregamos una pizca de tal o cual
supuesto para llegar a una consecuencia. La belleza de nuestra actividad o si
se quiere decirlo, la poesía de nuestra actividad, consiste en el arte de la
interpretación, tal como un poeta cree firmemente en el arte de sus metáforas.
Cuando mi escepticismo prevaleció
esa noche, había olvidado la belleza de la profesión de abogado y el entusiasmo
con que tantos profesores invirtieron su tiempo escaso para que los
estudiantes, como lo fui yo hace buen tiempo, pudieran seguir la gran tradición
de los herederos del Emperador Justiniano.
La rutina del día, la rigidez de
los documentos legales y la urgencia de los clientes muchas veces nos priva de
apreciar las pequeñas contribuciones que hacemos a nuestra profesión desde
nuestras pequeñas trincheras de artistas del Derecho.
Luego de ver la ópera Il Postino,
y recordar la película que fue el canto del cisne para el gran Massimo Troisi,
creo haber encontrado la respuesta que me torturaba. En un mundo donde los
ideales parecen marchitos y los abogados son “operadores del derecho”, la mejor
forma de convencer a las generaciones que recogerán el testigo en esta larga
carrera hacia la justicia, es recordando que el Derecho es el arte de la
interpretación y que no está alejado de los afanes de su tiempo, ni está
castrado de su objetivo de crear justicia aunque haya quienes, alegando una
supuesta pureza teórica de una impermeable “ciencia”, nieguen toda posibilidad
de reencontrar la poesía y la búsqueda de la belleza por parte de los hombres
que se dedican al derecho.
¿Y cómo podrían los hombres del
derecho buscar esa belleza? De muchas maneras, entre ellas, con el ejemplo de
una conducta honesta, con jueces ejemplares que sean faros dentro de la
tempestad (como lo fue Baltazar Garzón, los que intervinieron en la operación
“Manos Limpias” en Italia, o los que procesaron judicialmente a Alberto
Fujimori, ex presidente del Perú). Incluso, los profesores de Derecho también
podemos ser parte de esta búsqueda, alentando a los alumnos, tal como nuestros
maestros lo hicieron con nosotros, y dictando clases con entusiasmo tal que nos
permita ver crecer el interés por el derecho a nuestro auditorio. No es poca
cosa. Pero se necesita mucha poesía para lograrlo. Afortunadamente, Don Pablo y
Mario, estuvieron presentes para hacerme recordar cómo se hacen metáforas.
Ficha Técnica de
la Ópera
Estreno Mundial 23 de septiembre de 2010. Dorothy
Chandler Pavilion, Los Ángeles. Coro y orquesta del Teatro de la ópera de Los
Ángeles
Dirección: Grant Gershon
Pablo Neruda Plácido Domingo (tenor)
Mario Ruoppolo Charles
Castronovo (tenor)
Beatrice Russo Amanda
Squitieri (soprano)
Matilde Neruda Cristina
Gallardo-Domas (soprano)
Y otros artistas
FUENTES:
Opera “Il Postino” (2010) escrita por Daniel Catán
Película “Il Postino” (1994)
“Ardiente paciencia” de Antonio Skármeta. Barcelona:
Debolsillo. Sexta Edición, Julio 2011. 139 p.
Lima, 24 de
setiembre de 2012
Me gustó mucho este texto. Lo disfruté... Cosa rara teniendo en cuenta; con mucho respeto, que fue escrito por un abogado.
ResponderEliminarGracias, en mi defensa creo que tengo más de cualquier cosa que de abogado. ¡Qué bueno que lo disfrutaste!
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