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miércoles, 10 de marzo de 2010

Prima le parole-dopo la musica



Nacida antes de la II Guerra pero estrenada durante su decurso, el espectador de hoy no puede ocultar una sensación de desasosiego ante la experiencia, indescritible de la representación de Capriccio. Es el desconcierto ante la paradoja. ¿Se entiende acaso fácilmente una "conversación informal", por más que sea "en un acto", acerca de las excelencias de texto sobre música, o su inevitable viceversa, cuando música y texto parecen callar bajos los truenos de la batalla?

Aceptemos sin embargo la historia. El Fürer podía alimentarse en su locura con las notas der Walküre, pero el anciano Kapellmeister sometía al público de Munich a un tratamiento de choque de universales - el espacio del Poeta, el tiempo del Compositor- en momentos de horrorosa contingencia (1). Y la historia dio razón al viejo Strauss sobre Hitler (y sobre Mahler (2)), salvando su obra -conocida y sorprendente condición de clasicidad- de la vorágine bélica.

Facta indisponibles que reclaman verba del historiador, a su respecto gozamos ya de una apreciable cuota de libre disposición. No testaremos ahora a favor de la anécdota de referencia: dejemos desde este momento las miserias del Fürer y las grandezas Kapellmeister, las notas heroicas de Brünnhilde, y la deliciosa indecisión de la Condesa. Válganos, de Capriccio, la tensión básica entre sonido (música, tiempo) y texto (poesía, espacio) que recorre toda la obra - "prima le parole, dopo la musica" (Olivier), "prima la musica, dopo le parole" (Flamand)- y constituirá el legado aceptado por nuestras preferencias.

Y adeviértase que, a vueltas con universales, nos las habemos con categorías suscptibles de soportar las discusiones más variadas. Incluso humildemente estratégicas: un dicho proyecto de investigación y docencia que reclama el Capriccio del legislador universitario también se debate entre la economía temporal-oral del enseñante y la pretensión espacial-textual del investigador. O menos humildemente: tomar posición entre ambos extremos, ofrecerá tal vez ocasión para mostrar un entendimiento de la Historia del Derecho (con las mayúsculas que corresponden, claro, a la disciplina universitaria), contenido mínimo de esta suerte de escritos. Y aún con menor dosis de humildad: de lo oral a lo textual, acaso podamos encerrar entre estos términos la historicidad misma de nuestro objeto jurídico, siendo la nuestra, al fin y al cabo, una historia sustancialmente de textos. Un amplio catálogo de posibilidades de reflexión permiten, como se ve, nuestros caprichosos universales.

Fuente:
Carlos Petit Calvo "Oralidad y escritura, o la agonía del método en el taller del jurista historiador" en Historia, instituciones, documentos, ISSN 0210-7716, Nº 19, 1992 , pags. 327-380

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